La taza Nescafé, blanca y sencilla,
está sobre la mesa. Cuántas otras
habremos roto, Almita, por torpeza
el año que vivimos en la casa
que ahora habito solo. Nuestras manos
y codos se llevaron por delante
mucha fragilidad. Lo que lamento
es otra cosa. Porque nos perdimos
tanto vos como yo con el estulto
ir y venir de las palabras. ¡Qué
de no entendernos! ¡Cuánto que rompió
irremediablemente el bruto hablar!